La amaba con todo y sus secretos, con esos puntos ciegos que ocultaba cuidadosamente.
La amaba así, integra, porque esos trozos de penumbra eran el misterio que cualquier buena novela necesita para mantener el interés del lector.
La amaba con todo y sus defectos, porque los defectos la hacían humana.
Lo carente de defectos es perfecto y lo perfecto es Dios, y yo, francamente, nunca he sido religioso.
Lo más cercano a una fe ciega es la fe que tenía en mí y en ella.
En ella y en mí.
La diferencia era que mi fe sí tenía sentido.
El sentido era ella, la imperfecta, la oscura, la enojona.
Ella, la virtuosa, la talentosa, la hermosa.
Ella, simple y complicadamente ella.
Ella y sólo ella, la que amaba.
Ella.
(Por si tenían el pendiente, lo escribí yo, luego de leer por segunda vez los dos documentos que escribe Sumire antes de desaparecer, en el libro "Sputnik, mi amor", de Murakami. Sí, otra vez Murakami.)
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
Y sí, estoy loco, ¿Ustedes?
Yo también, ¿Y si hacemos un torneo de blogeros para saber quién está más loco de todos nosotros?
ResponderEliminarJajaja, me parece una propuesta muy interesante. Abrazo, querida y única comentarista. :)
Eliminarhttp://ninaproblema.blogspot.mx/
ResponderEliminarMi blog alternativo sin censura ;)