Estos días en los que estuve un poco más quieto de lo normal por culpa de mi pata mallugada, me daba mucho miedo que el efecto de dejar de hacer una de las actividades que me había permitido estar con la mente más calmada (caminar/trotar/correr) provocara un retroceso muy marcado en mis procesos de sanación y aprendizaje.
Afortunadamente, lo único que ocurrió fue que tuve más tiempo libre para pensar cosas que no, pero nada grave, y comer palomitas con cacahuates japoneses. Todo en orden.
Sin embargo, descubrí que algo que ayudó a que el daño fuera casi imperceptible fue el hecho de, como siempre, drenar toda la pus por medio de la escritura.
Eso me llevó a pensar -porque les digo que tuve más tiempo para pensar cosas que no- en lo afortunado que fui por haberme lastimado un pie y no las manos, porque sin ellas no sé qué será de mí.
Por eso escribí esta décima con la que doy por concluido este breve episodio de pata mallugada.
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¡Muchas gracias por leer!
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