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Miedo a ser feliz



"Hola, me llamo Omar, y le tengo miedo a ser feliz".

Así comenzó la reunión que encabecé en el interior de mi cabeza, a la cual fueron invitados mi corazón, mis recuerdos, mi presente, mis proyectos, mi futuro, mi parte más racional, la irracional y los fantasmas de mis fracasos pasados.

Todos los allí reunidos se voltearon a ver con expresión fingida de sorpresa y, tras un breve pero incómodo silencio, decidieron responder: "hola, Omar".

Ellos ya lo sabían; quizás lo único que no esperaban era que al fin me atreviera a reconocerlo ante ellos, ante mí.

"Tal vez esto que acabo de decir les parezca absurdo y un tanto sorpresivo", les dije, con la intención de hacerles creer que su falsa expresión había sido convincente.

El miedo, continué, se define como la angustia por sufrir un daño, ya sea real o imaginario. 

Aunque, de acuerdo con la Real Academia Española, otra acepción refiere que se trata de un recelo o aprensión que se tiene ante la posibilidad de que suceda algo contrario a lo que se desea.

Mientras hablaba, los fantasmas de mis fracasos pasados tomaban nota en pequeñas libretas. 

He de decir que calculé mal el número de invitados, y algunos de estos espectros tuvieron que quedarse de pie porque no alcanzaron asiento.

Ellos, los que no pudieron sentarse, preferían mirarse entre sí, mientras evitaban a toda costa verme a los ojos.

"No quiero culpar a nadie de la situación", expresé con ánimo conciliador para tratar de reducir la tensión del ambiente.

Encendí un cigarro y más de uno de los presentes hicieron lo mismo.

"Quiero que busquemos soluciones, todos somos uno mismo y debemos salir de esto juntos", les dije. "Analicemos las definiciones que acabo de decirles y encontremos la forma de quitarnos el miedo".

Mi parte racional secundó la moción, mientras mi parte irracional observaba con rencor a los fantasmas, al mismo tiempo que intentaba consolar a mi corazón, quien comenzó a llorar desde que me levanté y comencé a hablar.

Mi presente, mi pasado y mi futuro se miraban; les era imposible ocultar su preocupación.

Los proyectos, por su parte, me observaban fijamente. Uno de ellos, el que fue bautizado como "ser feliz", se levantó y se acercó a mí.

"Pensé que lo estábamos logrando, ahora me siento un estúpido. Debería estar reunido con los fantasmas, fracasé", me dijo, mientras una lágrima rodaba por su mejilla izquierda.

No tuve palabras para hacerlo sentir mejor. Los proyectos restantes nos miraban fijamente.

La crisis era tan evidente que el yo racional se unió a la misión de consolar al corazón. Todo era caos; los murmullos se transformaron poco a poco en gritos, y luego en silencio.

Un sepulcral silencio que a todos hizo recordar el luto que se ha guardado cada que uno de los fallecidos proyectos se ha convertido en un fantasmas de los fracasos pasados.

El corazón se levantó, se mal secó las lágrimas y, entre sollozos, logró hacer escuchar su voz.

"¿A cuántos más vamos a dejar morir?", dijo.

"Los que sean necesarios, hasta que se queden sólo aquellos que son posibles de realizar, aquellos que no nos provoquen sufrimientos innecesarios, hasta que encontremos a los proyectos que nos lleven a la felicidad", respondió el yo racional.

"No entienden nada", contestó con debilidad el irracional, quien parecía tener la mirada clavada al piso.

Todos los ojos se dirigieron a él. 

Los recuerdos y los fantasmas de los fracasos pasados se voltearon a ver y asintieron. Parecía que ellos sí entendían.

El corazón replicó: "claro que entienden, pero están aterrorizados".

Todos los demás volvieron a fingir; ahora simularon no saber a que se referían esos seres no pensantes.

El humo de los cigarros se volvió espeso, llenó todo el lugar; se transformo en miedo y no dejó espacio para el aire limpio de la felicidad.

"Todos, atención aquí", dije yo. "La junta ha terminado".

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