Ir al contenido principal

Las plantas también lloran

Me gustan las plantas; no sé desde cuándo, pero encontré en ellas una forma de reivindicarme, de convencerme que las distorsiones que mi cabeza genera sobre mi persona no son del todo ciertas.

A veces te castigas, te flagelas y haces toda clase de contorsionismo mental para hacerte creer que todo lo malo que te ocurre y le ocurre a las personas con las que tienes algún tipo de vínculo es tu culpa. 

Mi terapeuta dice que es la cara más oscura del ego, esa que te hace creer que eres el eje rector del mal; yo digo que es una forma en la que el subconsciente encuentra motivos para justificar la depresión, aun cuando "tienes todo" para ser feliz.

Supongo que pocos lo saben, pero sí; visito semanalmente a una terapeuta que hace un par de sesiones se atrevió a verbalizar lo que temíamos: "tienes todos los síntomas del trastorno depresivo persistente, y súmale la ansiedad. ¿Cómo es que no has colapsado?", me dijo con un tono que combinaba la preocupación con la risa nerviosa.

"¿Cómo es que no he colapsado?", me pregunté yo mientras hacía un breve viaje en Uber con destino a mi departamento. "¿Qué es colapsar?".

Según yo, a lo largo de mi vida he pasado por varios colapsos; desde estallar en llanto en medio de un desayuno con mis papás, hasta renunciar a un trabajo en una escena que incluyó gritos y retos a golpes (porque cavernícolas), sin olvidar todas esas ocasiones en las que he tomado decisiones impulsivas cuando me siento sumamente inseguro, a oscuras, asfixiado.

¿Si eso no es, entonces qué es colapsar?, me sigo preguntando, aunque no niego que me da miedo encontrar la respuesta y, peor aún, experimentarla.

Me gustan mucho las plantas porque, cuando paso por momentos de esos que yo creía que eran formas de colapsar, me refugio en ellas. Les hablo, les digo cosas bonitas, las riego, cuido sus hojitas, las coloco en posiciones que les permitan recibir más sol.

Gracias a ellas me convenzo de que no soy tan malo como a veces mi cabeza me obliga a creer; podré tener la culpa de muchas cosas, pero mis plantitas siempre están verdes, grandes, fuertes y contentas. Claro que puedo ser y dar amor, para muestra mis plantas, a ellas me aferro.

Las plantitas -según yo, desde mi faceta más cursi- se alimentan con amor, agua y luz solar; si algo de esos tres elementos falla, lloran. Se ponen muy tristes, sus hojitas se ponen aguaditas y dejan de estar verdes.

En la sala de mi departamento hay un sapito; sus hojas son grandes y rayadas, de un color verde más oscuro que el de las plantas comunes; me gusta mucho y él junto con el helecho de mi cuarto son mis plantitas favoritas.

Hoy desperté y vi que el sapito estaba triste; me atrevo a decir que lloró toda la noche y no ha podido recuperarse. No sé que pasó.

Quizá le falto sol o le dio demasiado calor; quizá le faltó agua o le sobró mucha humedad; quizá le faltaron mis palabras bonitas o le dolió escuchar todo lo que le platiqué el día que colpasé mientras la regaba.

Las plantitas también lloran y, por increíble que parezca, me hacen llorar. Yo estaba seguro de que era un extraordinario cuidador de plantas, que les daba todo mi amor y mis cuidados, pero mi sapito se puso a llorar y yo hoy lloro con él.

Ya me lo habían dicho antes, pero soy muy necio: no des nada por hecho, porque cuando no sea te va a doler. 

Y sí me dolió.


Comentarios

Otros visitantes también leyeron esto:

Calaverita para #Viajefest

Como a una caña

Miedo a ser feliz