Ir al contenido principal

Una historia de amor en el metro para entender a las palabras

Hay días en los que las palabras salen solas, son tan abundantes como el smog de la Ciudad de México. Pueden ser buenas o malas, pero ahí están. Se dejan ver y se dejan sentir. Pueden llegar a incomodar y, si no se tiene el suficiente autocontrol, te pueden meter en problemas porque son ellas las que te dominan y te obligan a decir verdades que no siempre son bien recibidas. Malditas palabras. 

Siendo sinceros, muchas veces gracias a ellas nos animamos a escribir cosas que jamás nos atreveríamos a decir frente a frente. Es como estar ebrio y tener golpes de valentía. Benditas palabras.

También hay días en los que necesitas darles un empujón para que comiencen a fluir; el fragmento de un libro, un disco, una película, una foto, una canción, una plática, un amor, una mujer, un hombre, un amigo, un enemigo, una cerveza, un cigarro. Incluso se pueden mezclar varias para conseguir el objetivo deseado. 

El toque necesario depende de cada persona y pueden ser tan extraños como un par de desconocidos que se encuentran en el metro y se sonríen. Al menos a mí eso se me hace extraño. Perdón, pero puedo llegar a ser muy huraño.

Foto robada de Atracción 360.
Ese estímulo necesario para que las letras comiencen a brotar es como el golpecito que les dan a los bebés recién nacidos para que lloren. O como ese beso robado que rompe con la tensión entre una pareja y que servirá como punto de partida para un romance. 

La pareja en cuestión -pensemos que son los desconocidos que intercambiaron sonrisas en el metro- tendrá un noviazgo común y cortará un par de veces; la primera porque él olvidará la fecha del primer beso -el robado- y ella se enojará tanto que le dejará de hablar. 

Él pensará que es una estupidez, pero la extrañará; con nadie había tenido charlas nocturnas tan divertidas y tan enriquecedoras como las que tendrá casi diario con ella. También extrañará la forma de sus labios y el tacto de sus manos frías acariciando sus orejas. 

Al segundo día de la ruptura él se tragará su orgullo e irá a comprar tulipanes. También le escribirá una carta -a mano- para que ella lo perdone. 

Funcionará. 

Los tulipanes siempre funcionan, pero funciona más la carta escrita a mano. 

O al menos eso dicen. Sólo una vez he regalado flores y la respuesta fue un tiernísimo “ay, gracias… están hermosas, amigo”. 

Cartas a mano he escrito muy pocas porque considero que mi letra es tan horrenda que, más que un detalle agradable, podría considerarse un insulto. En fin, esa es otra historia.

La segunda ruptura será porque ella un día despertará y sentirá que él no es el amor de su vida; se lo dirá y él ocultará su tristeza simulando enojo. Cuando llegue a su casa llorará muchísimo y seguramente beberá tres días seguidos.

Ella lo tomará con más madurez, pero a la semana se dará cuenta que sí lo ama y sólo tuvo un calambre mental que servirá de señal para darse cuenta que él tiene que ser el padre de sus hijos.

Le enviará un mensaje de texto con dos palabras: te extraño. 



Él la irá a buscar y antes de decirse “hola”, se besarán. A los tres meses del beso reconciliatorio, él le pedirá matrimonio y ella aceptará. Exactamente un año después se casarán y… bueno, el resto de la historia es más fácil de imaginar. 

Ya saben, un par de hijos, una infidelidad, un divorcio, pleito legal, entre otras curiosidades dignas del proceder humano.

Todo eso es lo que puede provocar un encuentro inesperado dentro de algún vagón del metro y un beso robado. Algo similar es lo que puede suceder con el empujón que mencionaba líneas más arriba que sirve para estimular el brote de las letras. Más o menos, no lo tomen tan literal. 

Pero, aunque no nos gusten, también existen días en los que simplemente las palabras se secan. No están. Se van a pasear y te dejan plantado. No se dignan ni a mandarte un mensaje en WhatsApp para avisarte que no van a llegar, que las disculpes. Nada.

Te desesperas y ya no sabes qué hacer para poder escribir más de tres palabras sin borrar o sin sentir que lo que estás empezando no va a llegar a ningún lado.

Aquí podemos ver a El Santo batallando contra las letras. 
Cuando eso pasa tienes dos opciones; la primera y la más recurrida es aferrarse a la idea de que sólo necesitas el dichoso empujón para comenzar un tórrido romance con las letras. Puede funcionar, pero no lo recomiendo. La mayoría de las veces el resultado será una frustración terrible.

La segunda opción es relajarse y no pensar más. Si no están, no están y ya. No se irán por siempre. Aprovecha el tiempo para salir a caminar, para platicar con alguien, para ver una película o, no sé, haz algo distinto, pero no lo hagas pensando en que eso te ayudará a escribir. Hazlo y ya. También puedes dormir.

Tarde o temprano las letras deberán tragarse su orgullo y tendrán que regresar porque necesitarán expresar algo con ese “noséquéquequéséyo” que sólo tú tienes.

Acéptalas, déjate seducir por ellas y recupera el tiempo perdido. 

Esta foto la robé del twitter de @MissRoxyMusic.
  No crean que se me olvida el factor llamado inspiración; existe, seguramente todos lo hemos sentido, pero no he encontrado la forma de describirla y mucho menos invocarla. Ella llega cuando quiere y no tiene caso cuestionarla.

Después de todo, me doy cuenta que las letras se manejan de una forma muy parecida al amor; él siempre ha estado ahí, estará siempre. Algunas veces sentirás que se ha marchado y no volverá, pero tarde o temprano atacará de nuevo.

A veces aparece cuando tú lo buscas; otras veces se tarda, pero te aferras a él. Sufres, lloras y te lamentas, pero no dejas de pensar en que él llegará. 

Y llegará. (Ese fue mi optimismo secuestrando mis dedos para escribir)

Y otras veces, las más, llega cuando te das por vencido y comienzas a considerar la opción de adoptar perros. Justo cuando estás a punto de comprar el primer kilo de croquetas, él llega. 

Poderoso, efervescente y apasionante. 

Así como las letras. 

Por eso las letras y el amor se parecen tanto.

O no.

Mejor no me crean nada.

Yo, como San Juan Gabriel, patrono de los adoloridos y Ciudad Juárez, no nací para eso de amar.


Mensaje para los lectores:

Después de mucho batallar contra mis propios prejuicios, decidí abrir una fan page para darle salida a los textos que aquí escribo y no espamear (tanto) a la gente que le vale tres hectáreas de camote lo que pasa o deja de pasar en este espacio. Si desean unirse, vayan a darle "like" a El Humildísimo Blog.

Comentarios

Otros visitantes también leyeron esto:

Calaverita para #Viajefest

Como a una caña

Miedo a ser feliz